Comer libre de culpas......

Un día publiqué en Facebook lo siguiente:

«Después de desayunar café con un pan untado de mantequilla de maní, puedo afirmar tres cosas:

1. Esa es una excelente forma de entablar un diálogo de paz con mi niña o niño interior.

2. Que es muy importante el tener detalles conmigo porque así me adapto al hecho de merecer.

3. Que la mantequilla de maní (en mi caso) disminuye los miedos.»

Por cuestión de espacio y tiempo no pude ampliar mi relato con detalles muy importantes respecto de este desayuno, como por ejemplo el hecho de que a una rebanada de pan con granos le unté una generosa porción de mantequilla de maní con trocitos, suave, cremosa, perfecta y que la acompañé con un delicioso café, con el fin de prepararme adecuadamente para mis actividades diarias. Y precisamente en el instante en el que saboreaba la fusión de la crema perfecta cargada de maní tostado con pan, me di cuenta de que estaba presente, estaba ahí; me di cuenta de que en algún breve espacio donde dejé de masticar me sorprendió la alegría de sentirme conectada con la vida por medio de algo que en apariencia es pequeño y que pasa casi desapercibido, como es el proceso de saborear lo que se come.

Es durante la fusión de sabores en la boca, que puedes complacer a ese personaje escondido en tu conciencia, y que por sus características continúa sintiendo la necesidad de que le mimes y sobre todo de que al fin le complazcas con lo que más le gusta, sin reproches, sin angustias, sin culpas. Para complacer a la niña o al niño interior lo más importante es: dejar de escuchar las voces castigadoras de tu cabeza, sanar la vieja programación que te pregunta sin compasión:

Sabes bien que estás enfermo o que eso te hace daño ¿Vas a comerlo?

Eso es un programa heredado. Y en cuanto el enfermo decide atreverse a soltarlo, entra la familia para reforzarlo con esa pregunta porque «es por su bien». Quizás esa creencia de que es por su bien, sea parte del problema del enfermo.

¡Ja! Como si la vida no fuera ya demasiado arriesgada o compleja. Como si la vida no fuera una sola en este cuerpo. Pero debes saber que esas son voces viejas, voces que viajan desde milenios hasta dónde estás y que requieren ser limpiadas a través del acto de dejar ir. Es por todo esto que un alimento que me gusta (en mi caso) me permite creer una y otra vez en lo bueno de que esté aquí en este mundo, así como en la generosidad del planeta que habito. Sí, un alimento puede hacer muchas cosas por ti.

La Inteligencia Divina nos creó de manera tan perfecta, que nos dio los sentidos para que tuviéramos algo así como una salida de emergencia, una puerta de escape por medio de la cual pudiéramos despertar y entrar en contacto con la nada donde todo es y donde todo deja de Ser. Y con los sentidos vienen los sabores, y con ellos el contacto con el momento presente y con algo tan olvidado como es el placer sin culpas. Cada día una parte de la gente se sienta a la mesa a comer con temor, con angustia, con tristeza, o con enojo y eso es muy doloroso. No es equivocado ni errado, ni es en vano, yo he estado ahí y gracias a eso desperté. Un día me di cuenta de que la idea que tengas de los alimentos tiene todo el poder, mas no el alimento en sí. Y esto se comprende cuando llega el momento para ti. Ni antes, ni después. Llega un instante de la vida en el que comprendes que tú tienes el poder, que fuera de eso nada más importa.

Que el día que un alimento tenga poder sobre ti, pues ya que. Todo será amenaza.

Algo como esto comprendí en la escena de la película Conoces a Joe Black, en la que Brad Pitt (quien en este filme representa a la muerte), prueba la mantequilla de maní y queda extasiado al reconocer la magia de lo terrenal, lo hermoso de lo sencillo, y la belleza que envuelve al hecho de vivir.

Perdónate. Estamos en el planeta tierra y de todos modos tarde o temprano lo dejaremos. Hagamos que valga cada minuto pues.

Ojalá esos alimentos «prohibidos» fueran la causa de nuestros males. Ojalá. Entonces todo sería tan fácil de arreglar. Bastaría con dejarlos de comer. Pero no. Dejar de comer no arreglará el abandono, el miedo, la culpa, el enojo de tu niño interior. Mirar afuera no arreglará el problema que traemos dentro.

VIVI CERVERA

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