El sindrome del rescatador: .....subestimar las capacidades de otros..
La realidad es que nadie
tiene derecho a pretender resolver, antes de tiempo, el dolor de los demás, por
más amor que sienta por la persona que sufre. Si amamos a alguien o alguien nos
importa de verdad, debemos tener cuidado de no convertirnos en ladrones del
dolor ajeno.
Seguramente la mayoría estará
consciente de aquellos pensamientos que tenemos en nuestra cultura en relación
a que el dolor es algo malo que hay que eliminar, por lo tanto, se genera la
firme creencia de que, si quiero a alguien, tengo que evitar a toda costa que
sufra y a la larga, provocamos en el otro una baja tolerancia a la frustración
y, lo más seguro, más sufrimiento y más miedo de enfrentarse a las adversidades
de la vida, pues no lo hemos dejado desarrollar sus propias capacidades para
enfrentarse a las situaciones difíciles o dolorosas.
Por eso es importante
recordar lo que Buda nos enseñó hace más de 2500 años: En la vida, existe tanto
el placer como el dolor. Sin uno no puede existir el otro y ambos son
importantes para nuestro crecimiento y desarrollo como seres humanos.
También dejó claro, en su
teoría de las dos flechas, que el dolor era ineludible en nuestra vida, aunque
el sufrimiento (aquello que nos decimos o hacemos con el dolor) era opcional.
Es decir, la primera flecha es el dolor y no nos podemos liberar de ella, la
segunda flecha es el sufrimiento y esa sí la podemos evitar si queremos, pero
Buda se refería seguramente a la persona que se estaba enfrentando al dolor, no
de un tercero que quisiera hacer el trabajo por ella.
La necesidad de fondo del
rescatador:“Necesito que estés bien para yo estar bien.”
Negarle a alguien el derecho
a enfrentarse a sus experiencias dolorosas es un acto de egoísmo pretendiendo,
a como de lugar, que el otro esté bienpara que yo esté bien. En el fondo
tendría que hacerme consciente de si lo que me importa es que el otro este
bien, por él mismo, o porque lo que yo necesito es que tú estés bien para yo
recuperar mi equilibrio emocional y mi tranquilidad.
Si alguien que amo sufre, no
importa cuál sea la causa: una ruptura amorosa, una pérdida, un despido, una
enfermedad o cualquier otro tipo de crisis, tiene todo el derecho de vivir el
proceso de dicha experiencia, aprender lo que tenga que aprender y darse la
oportunidad de salir fortalecido o transformado de esa situación por dolorosa
que sea. Ya lo dice el dicho popular: “Si la vida te está enfrentando a esto,
es porque tienes la capacidad de superarlo, sino, no lo estarías viviendo.”
Mucho tiene esto de cierto.
Pero si yo me centro tan sólo
en mi malestar y me niego a ver sufrir a la persona porque eso me hace sufrir a
mí, empezaré consciente o inconscientemente, a hacer cosas para que “se sienta
bien” y terminar con eso con mi propio malestar sin ser consciente del daño que
le estoy ocasionando al otro al querer acelerar su proceso o de las
oportunidades de crecimiento que puede estar perdiendo con mi ayuda.
Puedo llevar a cabo acciones
muy diversas, según sean las circunstancias, para, más que ayudarlo, obligarlo
a trascender su pena:
- Aconsejarlo. Decir lo que tiene que hacer sin respetar su derecho a hacerlo o no.
- Tomar la iniciativa y resolver sus problemas sin dejar que la persona actúe para solucionarlo por ella misma.
- Pagar algo: un servicio, producto, viaje, deuda, sus tarjetas, su alquiler.
- Ofrecerle hacer algo que le toca hacer a él o ella: un trabajo, una llamada, un pedido.
- Tomar decisiones por ella:Conseguirle un trabajo, un departamento, dinero, un piano, una beca, una pareja, o cualquier cosa sin preguntarle a ella si es lo que realmente desea o sin darle la oportunidad de que ella toque la necesidad de fondo y se mueva por sí misma para obtener lo que está necesitando.
- Querer que la persona vea el mundo de la misma manera en que yo lo veo.
- Verla como si fuera yo, como si pensara y sintiera igual que yo, como si tuviera las mismas necesidades que las mías, negándole el derecho a ser, pensar y sentir diferente a mí, a sufrir lo que tenga que sufrir y a enfrentar lo que tenga que enfrentar para aprender desde su experiencia.
“Regala un pescado a un
hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para
el resto de su vida”
— Proverbio Chino
No te guíes tan sólo por tus
buenas intenciones
Más allá de las buenas
intenciones tenemos que observar cuál es el efecto de nuestras acciones cuando
queremos ayudar, apoyar, halagar al otro. Si, por ejemplo, una persona se está
esforzando por dominar un programa de computadora y llega otro, con la mejor
intención y le hace el trabajo, puede provocar que la persona se sienta
frustrada, incapaz, decepcionada.
Por el contrario, si le
pregunta si necesita apoyo y la va acompañando en el proceso para que,
dejándola experimentar por ella misma para que vaya asimilando todo el proceso
de aprendizaje, se sentirá más segura y satisfecha, pues el otro le está
brindando apoyo, pero también está permitiendo que sea ella quien pruebe por sí
misma y que vaya midiendo sus avances.
Debemos ser conscientes de
que, si interferimos en las decisiones o responsabilidades del
otro,estamos también interfiriendo en su destino.
Nos podemos justificar
argumentando que lo que nos mueve es el amor por esa persona pero, ¿qué clase
de amor se queda sólo en la superficie y se niega a ver el daño que se genera
al no permitirle al otro que resuelva por sí mismo las circunstancias adversas?
Quién no permite al otro
vivir sus experiencias dolorosas, traumáticas o incómodas en realidad se niega
a reconocer que la experiencia que el otro está viviendo a través de eso, es
para algo. No puede aceptar que, si la vida le puso a su ser querido en ese
camino, fue por algo, como por ejemplo:
Aprender de lo vivido. Sacar
sus fortalezas conocidas o incluso las que ignoraba tener, ser más consciente
de las cosas que no ha podido ver hasta ahora, para tener más herramientas en
las experiencias futuras.
Ser más consciente de lo
verdaderamente importante. Que la persona pueda ver lo que hasta ahora no ha
podido, por aferrarse a ciertas situaciones, cosas o personas, ya sea por miedo
o inseguridad.
Aprender de los errores y los
fracaso. Si alguien se adelanta y nos rescata, difícilmente podemos aprender de
nuestras equivocaciones. Por eso es mejor esperar y ver las consecuencias de lo
que hacemos, pues eso nos deja un aprendizaje para el futuro.
Todo lo que se puede aprender
de una experiencia dolorosa o no tanto, tiene posibilidades infinitas. Es por
eso que, arrebatar a las personas de su proceso y querer obligarlas a salir de
él o querer forzarlas a que resuelvan prematuramente las situaciones difíciles
con su propios recursos, al final, puede resultar, no en un acto de amor, sino
en un acto de egoísmo y de falta de respeto.
Por algo Hellinger afirma
que:
Preocuparse por otros, significa
interferir en su destino.
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